La disociación, las cajas olvidadas

Psicología

La disociación, las cajas olvidadas Cuando hablamos de trauma y de cómo nos enfrentamos a una situación traumática es probable que también se mencione la palabra disociación. ¿Y qué es esto de la disociación?  La disociación es un término complejo, sin una definición sólida. En este artículo vamos a hablar de diferentes tipos de disociación entendida como la desconexión que hacemos, de forma generalmente inconsciente, entre los componentes de una situación (imagen/recuerdo, emoción, cognición y sensación corporal); o a la dificultad para recordar un suceso.  Para poder entender la disociación y por qué se produce, me gustaría explicar primero qué sucede cuando nos enfrentamos a una situación traumática. Al igual que los animales, los humanos tenemos tres modos básicos de defensa: atacar, huir o bloquearnos. Utilizaremos uno u otro en función de los recursos que conciba nuestro cerebro que tenemos para hacerle frente a la demanda de la situación. Si vemos que tenemos los recursos necesarios para poder hacerle frente a la situación, luchamos. Si no hay recursos suficientes, nuestro cerebro entiende que la huida sería más beneficiosa en términos de supervivencia. Probablemente, al pensar en huir, a todos se nos viene a la cabeza escapar corriendo, pero hay muchas situaciones en las que no podemos hacer esto, en las que estamos acorralados, como por ejemplo cuando eres víctima de un maltrato. En esta situación la víctima no puede defenderse ante la persona atacante y, no pudiendo huir físicamente, lo que le queda es el bloqueo o lo que vamos a llamar una huida mental.   La huida mental Al realizar una huida mental, es como si estuviésemos en esa situación sin estar. Nuestro cuerpo está ahí, sí, pero nuestra cabeza deja de estar, como si nuestro cuerpo fuese un enchufe que se desconectase de la toma de corriente, nuestro cerebro. Esto, que nos puede ocurrir a todos, es lo que llamamos disociación. Una estrategia de defensa que utiliza nuestro cerebro para poder reservar energía para la huida física, para disminuir el interés del agresor o para anestesiar el sufrimiento, es decir, para sobrevivir.   Cuando se produce una disociación de este tipo es posible que empecemos a guardar fragmentos de esa historia en una cajita y quizá otros fragmentos en otra. Nuestro cerebro sería como esa habitación trastero que todos tenemos en nuestra casa donde vamos acumulando cajas. Estas cajas pueden ser recuerdos agradables o desagradables, ser accesibles o muy difícilmente recordadas. Pueden ser cajas cuadraditas, muy bien ordenadas, catalogadas con su respectivo nombre, de diversos colores, impolutas; o pueden estar más escondidas, algo rotas, con los colores desgastados y llenas de polvo; o estar prácticamente perdidas en la humedad del fondo de la habitación, sin que se aprecie su color, llenas de telarañas y bichos.  Todas y cada una de esas cajas representan nuestra historia de vida hacen que tengamos una identidad definida, pero ¿qué ocurre cuando empezamos a no ventilar ni ordenar esa habitación y cada vez hay más cajas prácticamente perdidas? Habrá piezas, fragmentos de nuestra vida, que falten, que no hayan podido ser integrados en nuestra identidad y hagan que esta tambalee.   Cuando guardamos en cajitas ciertos recuerdos, emociones, pensamientos o sensaciones, esas cajas que aún podemos ver y discernir a medias su nombre, que podemos ser conscientes de que están ahí aunque estén lejos, aunque nos cueste acercarnos a ellas y el solo hecho de observarlas, llenas de polvo, nos pueda generar malestar. A esto es a lo que llamaríamos distanciamiento. El distanciamiento se produce cuando yo siento algo, pero ese algo está muy lejos de mí, es como irreal (desrealización) o como si no me perteneciese (despersonalización).   La compartimentalización Y, por otro lado, tendríamos la compartimentalización, cuando esas cajas están tan alejadas, desordenadas, sin colores y sin que se les pueda ver el nombre que las cataloga. A veces pueden incluso estar llenas de telarañas y bichos que me generan una sensación de rechazo que me hace muy difícil el poder acceder desde mi yo a ellas. En estas ocasiones, lo que le puede ocurrir a la persona es que tiene ciertos comportamientos que no se corresponden con lo que ella consideraría su forma de actuar y, además, no se da cuenta o le es muy difícil gestionarlo. Es como si necesitase la ayuda de otra persona para poder verlas, darles nombre, ordenarlas y abrirlas.   Imaginemos ahora que a esa habitación de la que hablábamos antes, empezamos a dejar de ventilarla, guardamos cosas ahí y nos olvidamos de ellas, cerramos la puerta, como si no estuviesen. Y cuanto más tiempo pasa más nos cuesta el tener que ponernos a ordenarlo todo.  ¿Qué ocurre cuando dejamos una habitación parada, sin ventilación? Generalmente empieza a llenarse de polvo y a desprender un olor a cerrado, a humedad, a veces pueden aparecer bichos.  Cuando vivimos en una casa o piso, de vez en cuando vamos haciendo limpieza, ventilamos las habitaciones, limpiamos el polvo de las cosas poco a poco, organizamos cada cosa en su lugar y les ponemos nombres a lo que guardamos en cajas. Sin embargo cuando hablamos de nuestra vida, de nuestra historia, nos cuesta mucho más ventilarlo, organizarlo, ponerle nombre a lo que nos ocurre, a los diferentes capítulos de nuestra vida. Mucha gente acude a consulta con reticencias a que hablemos del pasado, de su infancia, ?son cosas que ya pasaron?, ?eso fue hace mucho tiempo?, ?eso ahora no importa?. Pero sí importa, importa porque cuando conectas con lo que sucede ahora, lo primero que te viene a la mente es eso, y no te vendría a la mente si no fuese relevante, ¿no crees? Además, ¿cómo empezamos un libro por la segunda parte sin haber leído la primera?   Por ello es importante que podamos ponerle nombre a las cosas, catalogarlas y ordenarlas ser conscientes de lo que sucede y por qué, para así poder empezar a ventilar, muy poco a poco, todo eso que llevamos tan bien guardado desde hace años.   Aurora Veiga Psicóloga en Unidad Focus

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