La alimentación emocional La alimentación es una parte esencial de nuestra vida, por lo tanto, como todas las partes de nuestra vida, viene acompañada de emociones. De hecho, ya cuando estamos en el vientre materno se empieza a desarrollar un vínculo entre estas, como por ejemplo con la lactancia. Estas emociones pueden ser eufóricas (como alegría o sorpresa) o disfóricas (como tristeza o ansiedad). Esta relación entre comida y emociones es lo que conocemos como alimentación emocional, Robert Thayer la define como aquella ingesta que realizamos en respuesta a un evento o emoción. La alimentación emocional forma parte de las muchas estrategias que utilizamos los seres humanos para gestionar las emociones que nos acompañan en nuestro día a día. Esto, aunque es una estrategia válida, a veces puede generar malestar si es la única que utilizamos o si abusamos de ella. Esto se produce a través de un aprendizaje relacionado con la alimentación que empieza ya en la infancia, un período de vital importancia puesto que hay una mayor plasticidad neuronal y es más fácil crear estas asociaciones. Este aprendizaje, que se inicia en el embarazo, continúa en la lactancia y a lo largo de nuestra vida. De hecho, en la infancia, el marketing alimentario (los colores y los dibujos que atraen a los niños), el refuerzo con comida (como el premio por haber hecho algo bien) y la comida como calma (como darle una chocolatina para que deje de llorar) son los factores que más influyen en la alimentación emocional. Al igual que en otras áreas de nuestra vida, en relación a la comida y la alimentación ya desde pequeños empezamos a instaurar unos patrones de aprendizaje. Esta relación comida-emociones continúa a lo largo de nuestra vida, de hecho, si nos paramos a observarnos en este ámbito, podemos ver las diferentes emociones que hay al enfrentarnos al momento de la comida. Por ejemplo, cómo nos sentimos cuando estamos acompañados de gente con la que nos sentimos a gusto y la diferencia a cuando estamos comiendo solos o hay un conflicto; la sensación cuando probamos algo nuevo o cuando comemos lo rutinario de siempre; la emoción que acompaña a esa tableta de chocolate que comí justo después de un examen que me salió mal o la tarta que me comí para celebrar un ascenso, etc. Cuando esta es nuestra estrategia para todo, es importante empezar a tomar consciencia. Podemos empezar por darnos cuenta de nuestra historia alimentaria. Cómo nos hemos relacionado con la comida durante nuestra vida, cuál ha sido la historia alimentaria de nuestras figuras de referencia, cuáles son los mensajes de la sociedad en torno a este tema y cómo los recibimos, etc. Otra pieza clave es darnos cuenta de cómo nos sentimos, cuáles son nuestras emociones relacionadas con la comida, antes, durante y después de esta. Y, por último y no menos importante, entender cuáles son los pensamientos que acompañan a la ingesta, ¿qué es lo que me digo a mí mismo y cómo me lo digo? Para ello es importante hacer un ejercicio de concienciación y atención a cómo nos estamos sintiendo antes, durante y después de las comidas. Notando e identificando las sensaciones y emociones de nuestro cuerpo. Generalmente el momento de la comida es un trámite, no nos paramos a notar cómo estamos ni qué tipo de hambre tenemos ni cómo nos estamos sintiendo al comer, muchas veces ni nos damos cuenta de cuándo estamos llenos y queremos parar. Al poder identificar las emociones y sensaciones que tenemos nos permitirá poder empezar a decidir si quiero comer esto o no y cómo o cuándo lo voy a hacer. Aurora Veiga Psicóloga en Unidad Focus
La alimentación emocional
27 ago 2020
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