Cuando hablamos de trauma, lo primero que se nos puede venir a la cabeza son catástrofes (sufrir un terremoto o una inundación), accidentes de coche, de avión o de tren, atentados terroristas y un gran número de situaciones que con total seguridad marquen a la persona. Por ello, estas situaciones pueden generar trauma. De este modo, El trauma lo podemos definir como evento negativo que provoca un cambio en una persona que ya no puede volver a ser la misma. Si una persona sufre un accidente de tráfico, es posible que ese accidente le provoque un antes y un después en su vida como conductor. Aunque el accidente no haya conllevado ninguna lesión para él ni para los implicados, es probable que la persona sienta más ansiedad a la hora de volver a coger el coche, que se imagine que puede tener otro accidente, que puede morir, que puede matar a la gente que lleva, etc. Estos eventos traumáticos son impactantes y más aceptados socialmente, pero son los menos frecuentes y los menos perjudiciales para la persona. Los eventos más perjudiciales son los eventos traumáticos ocultos, a los que no les damos la importancia que tienen y, que cuando ocurren en la infancia, los consideramos que «son cosas de niños». Y, precisamente, estos eventos ocultos, originados en la infancia, son los más dañinos e importantes. Como niños, esperamos que nuestros cuidadores nos protejan y nos cuiden del mundo exterior, el cual interpretamos como peligroso. Por lo tanto, estamos biológicamente preparados para entender que el mundo exterior nos puede enviar eventos negativos (accidentes, catástrofes, atendados, etc.). Así, esperamos que nuestras figuras de referencia íntimo nos proteja de estos posibles eventos negativos. El trauma suele aparecer cuando estas figuras de protección no lo hacen porque no están allí por el motivo que sea y, por lo tanto, uno no se siente reconocido, se siente solo y cree que no hay nadie para él. Un evento traumático a veces se refiere por las cosas que pasaron y a veces por la ausencia de las cosas que no pasaron. Un trauma muy común entre los niños que sufren TDAH es el no sentirse comprendido por no poder atender. La capacidad de atención de una persona con este trastorno no se rige por la voluntad de atender en una clase, en una conversación con sus amigos o con sus padres. No obstante, las demás personas creemos que hay una voluntad para atender y que ese niño o adulto no atiende porque no quiere. Si nos ponemos en la piel de esa persona, esta quiere atender pero no puede. Y, cuando no puede, falla. Y, cuando falla, falla a sus cuidadores. Y se falla a sí mismo. Y él mismo cree que no ha puesto suficiente voluntad. Se promete que la siguiente vez atenderá mejor. Y quiere atender, pero no puede. Y cuando no puede, falla? Nadie le está protegiendo de su problemática en la ejecución, no tiene nadie que le apoye, que le valide todo el esfuerzo que hace para intentar hacerlo bien. Uno de los traumas en este caso es la ausencia de comprensión de la figura de referencia. El trauma más dañino que podemos recibir las personas es ser agredido por nuestras figuras de protección. Nos duele que no estén, pero nos duele más tenerles miedo a contarles alguna cosa y que te culpen, miedo a que no te entiendan. Si los cuidadores (padres o maestros) culpabilizan al niño por no hacer más («podrías hacer esto y no lo haces porque no quieres») o le ridiculizan («hasta un niño más pequeño podría hacer esto») o minimizan en esfuerzo («es lo que te toca hacer»), el evento traumático será más profundo. Los eventos traumáticos ocultos son más dañinos porque vienen de las personas que nos tienen que proteger. Las consecuencias de esos eventos traumáticos ocultos son más profundas de los que puedan ocurrir en un accidente de tráfico, ya que alteran la forma en que la persona se ve a sí misma y su relación con los demás. Por ejemplo, la persona se puede considerar como un desastre, un inútil y tonto por no poder hacer lo mismo que sus semejantes, puede restarle importancia a lo académico porque no es lo que le interesa o puede centrase excesivamente en lo académico para poder conseguir los logros que tanto esperan de él. En todas las soluciones se observa una baja autoestima de la persona y un daño emocional autorreferenciado importante. En la adultez, estos traumas ocultos aún están muy presentes y se pueden observar de muchas formas. Por ejemplo, pueden ser personas que:
- Se mostrarán fríos y distantes con todo el mundo y no reconocerán sus problemas, pero la gente de su alrededor (pareja, amigos, padres) sufrirá las consecuencias de su desconexión emocional.
- Se conviertan en fabuladores, inventándose historias para poder sentirse como les gustaría.
- Sufran sensaciones de extrañez al estar en situaciones sociales y familiares.
- No tengan recuerdos de períodos importantes.
- Pierdan el control y se enfaden repentinamente.
- Sufran la necesidad de hacerse cortes para aliviar el dolor emocional.
- Tengan miedo a la crítica y a enfrentarse con gente de autoridad.
- No tengan ganas de hacer nada con la vida y tener sentimientos depresivos.